He meditado hoy, en un intervalo de sentir,
en la forma de prosa que uso.
En verdad, ¿cómo escribo?
He tenido, como todos han tenido,
el deseo pervertido de querer tener un sistema y una norma.
Es cierto que he escrito antes de la norma y del sistema;
en esto, por tanto, no soy diferente de los demás.
Analizándome
esta tarde, descubro que mi sistema de estilo
se asienta en dos principios, e inmediatamente,
y con la buena manera de los buenos clásicos,
erijo estos dos principios en fundamentos generales de todo estilo:
decir lo que se siente exáctamente como se siente
- claramente, si es claro;
oscuramente, si es oscuro;
confusamente, si es confuso - ;
comprender que la gramática es un instrumento, y no una ley.
Supongamos
que veo ante nosotros una muchacha de modales masculinos.
Un ente humano vulgar dirá de ella, "Esa muchacha parece
un muchacho".
Otro ente humano y vulgar, ya más cerca de la conciencia de que
hablar es decir, dirá de ella "Esa muchacha es un muchacho".
Otro igualmente consciente de los deberes de la expresión,
pero más animado por el afecto de la concisión,
que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella "Ese muchacho".
Yo diré "Esa muchacho",
violando la más elemental de las reglas gramaticales,
que manda que haya concordancia de género, como de número,
entre la voz substantiva y la adjetiva.
Y habré dicho bien:
habré hablado en términos absolutos, fotográficamente,
fuera de la vulgaridad, de la norma y de la cotidianeidad.
No habré hablado: habré dicho. ...
Fernando
Pessoa
Libro del desasosiego p.42