Casi
invariablemente la definición de una ciencia no ha precedido a
la creación de la misma
sino que ha venido después. Como las murallas de una ciudad, no
ha sido normalmente erigida
como receptáculo de edificios que podrían ser construidos
en el futuro sino para circunscribir un
conjunto ya existente.
Los seres humanos no midieron el terreno del cultivo intelectual antes
de empezar a sembrarlo;
no dividieron primero el campo de la investigación humana en compartimentos
regulares y
pasaron después a recolectar verdades con objeto de depositarlas
en cada uno de ellos;
procedieron de modo menos sistemático.
A medida que se fueron acopiando los descubrimientos, bien de a uno o
bien en grupos
resultantes de la continuada prosecusión de un curso de investigación
uniforme, las verdades
sucesivamente acumuladas se cohesionaron y aglomeraron conforme a sus
afinidades individuales.
Sin ninguna clasificación intencionada, los hechos se clasificaron
por sí mismos.
LLegaron a ser asociados en la mente de acuerdo a sus semejanzas generales
y evidentes;
y los agregados así constituidos, como debían ser a menudo
referidos como agregados,
acabaron por ser denotados con un nombre común. Cualquier cuerpo
de verdades que ha
adquirido de tal manera una denominación colectiva fue llamado
"ciencia".
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