quelcom > archivo : textos

 

[A raíz de la guerra de Irak]

 

La cara oculta de nuestra guerra.


“No importa lo que dices, sino lo que haces”. Decimos no a la guerra; sin embargo,
la guerra corre por cuenta del bolsillo de cada uno de nosotros, pues se basa en
unas estructuras y mecanismos económicos que todos apoyamos y alimentamos
cada día, sin distinción de ropaje ideológico.

Decimos no a la guerra, pero la hacemos, porque no sabemos o no queremos saber
que cada hilo del algodón que vestimos, cada plástico, cada kilovatio, cada gota de
leche, cada chuleta, cada lata, cada pieza de motor, cada cigarro, cada cosa que
compramos y usamos a diario tiene detrás una larga cadena de producción en cuyos
últimos eslabones siempre hay en un país pobre un hombre animalizado al borde del
agotamiento, un niño agonizando de hambre, una mujer exhausta de pechos secos.

Están lejos, no los vemos, no tienen nombre, no nos interesamos en buscarlos,
el mecanismo es largo y no se nos muestra, pero están, no hay duda.

Basamos nuestro sistema de vida en uso y abuso de materias primas y energía baratas
cuya producción enferma y mata de hambre a millones de seres tan dignos como tú o yo.
Con nuestras compras alimentamos un sistema que los tiene sometidos a terratenientes
feudales, gobernados por tiranos y está aniquilando el medio ambiente.
Por poner un ejemplo, nuestro sistema ganadero, del que obtenemos leche, carne,
huevos... se basa en piensos que se hacen con proteínas de legumbres y cereales
importados de países hambrientos, a precios indignos fijados por nuestras multinacionales
y en terrenos robados a pobres y deforestados. Ello permite la opulencia de sus pocos
terratenientes, de los intermediarios y esas empresas, pero sume en la miseria a millones
de jornaleros del tercer mundo, que no tienen control sobre qué producen, cómo y a qué
precio. (...) Un sistema económico estúpido, cruel y, en última instancia, suicida.

Esta guerra en Irak no es una guerra, no; es sólo la batalla más reciente de la única guerra
que llevamos haciendo desde hace siglos contra los países pobres y el medioambiente
y cuyas trincheras mantenemos en la periferia de nuestro imperio, en Irak, Afganistán,
Centroamérica, Angola, Mozambique, Ruanda, Liberia, Sudán, Colombia, Vietnam...
hoy mantenemos más de cien guerras, formales o de guerrilla.
Los frentes de batalla están lejos; los ejecutores, en las diversas Casas Blancas;
los dineros, parten de nuestros bolsillos; los argumentos salen de nuestra mente
y los impulsos surgen de nuestra alma, a la que vamos a matar.

Esta guerra centenaria de múltiples batallas en la periferia de nuestro imperio tiene unas
causas claras: el sistema económico brutal de injusticia explotadora, insoportable para la
mayoría de la humanidad, que instauramos y mantenemos para beneficio de una minoría,
de la que formamos parte todos los que leemos estas líneas, el ciudadano occidental.
El sistema es global, único, y sus hilos llegan hasta el súper de nuestra esquina,
nuestro frigorífico, armarios y garaje.
Estamos atrapados, implicados, no basta decir no, hay que actuar con el no.

Decimos no a la guerra, pero hacemos un sí a la guerra, pues poseemos a mansalva
toda clase de aparatos, coches, y hasta juguetes, cuyos materiales y piezas están
hechos a costa de agotar la naturaleza y de la miseria de los millones de dignos seres
humanos, que se dejan la vida en las minas, en las fábricas, en los campos, por cuatro
perras que no les alcanza para comer. Mueren como moscas, pero hay muchos deses-
perados de recambio. Si se rebelan, son vejados, torturados y muertos.

Decimos no, pero hacemos sí a la guerra consumiendo voraces más energía de
la que producimos
, robada a pobres que pasan frío junto a un pozo de petróleo que
contaminó su amada tierra y arrasamos sus bosques para cobrar con maderas la deuda
de su país a nuestra banca. Si vamos de manifestación vestidos impecablemente con
el uniforme de moda en el imperio, casi de mercenario, homogéneo, hecho de tejidos
sacados del hambre, de la alineación, del envenenamiento, de la deforestación,
con una poca-cola de voto a Busch ¿De qué vamos?

Financiamos un sí a la guerra en el mercado, en la gasolinera, en la tienda y en los
almacenes, cuando compramos cada día azúcar, café, cacao, carne, galletas, ropa,
gasolina... ad infinitum, pues casi cualquier producto de nuestro mercado tiene al final
un voto de explotación, un sí a la guerra.
Las etiquetas deberían llevar su cupón de guerra o paz.
En ellas debería constar cuál es el comercio explotador que hay en mi paquete
de arroz, en mi lata de atún, en mi huevo frito... quiero saber cuántos presos
políticos y muertos hay detrás de la pasta de mi sopa.
Quiero un sistema económico y unos bancos que certifiquen en qué emplean
mi dinero, como se me certifican los ingredientes de un yogur o el consumo
eléctrico de mi lavadora.
La información de todos esos costes no nos llega porque
no es negocio, no la buscamos o no nos paramos a verla. Se ignora, se la desprecia o
pasa ante nuestra vista hipnotizada ante la idiotez masiva de la tele. Estamos atareados
y atontados con el pan y circo de pelotas que nos dan, pero esa cadena de actos y
responsabilidad está ahí. ... damos un sorbo al café y una calada al cigarro sin
importarnos de dónde vienen ni qué sangre y venenos han costado. (...)

Yo mismo digo no, pero el papel y la tinta de este folio son un sí a la guerra.
Escribo en un ordenador de circuitos manchados de sangre y vertidos tóxicos;
llevo una camisa de algodón cuya producción y blanqueado fácilmente habrá envenado
gentes y ríos en Nicaragua, que quebró por dos céntimos la espalda de una chica de la
India y precisó el transporte barato de un fuel que se derrama por todos lados.
Así pagamos tres euros menos y nos cuesta un infinito en sufrimiento, sangre, cambio
climático y guerra.
Estamos pringados en esta economía de tontos o de inconscientes. (...)
Y no señalemos tanto a Busch; él es todos nosotros, nuestro brazo armado que defiende
nuestro sistema. Busch es nada sin esta economía y esta economía no es nada sin las
compras cotidianas, hermano, sin tu pisi-cola.
Tenemos poder y responsabilidad; para bien o para mal
.
(...) Ninguno ha comprendido la unidad subyacente de todas las cosas descrita por
E=m.c2, Cristo o Buda. Rescatemos la religión de religare, unir, ser todo, celebrarlo y
actuar en consecuencia. Comprar es votar. Un voto es poco y es todo. Si pudiéramos
convertir cada “no” en un “no compro algo que sostiene la injusticia que
provoca las guerras”
el sistema económico se tambalearía y evolucionaría rápidamente.
Así que o nos vamos de ermitaños con sayón o empezamos a actuar ya exigiendo
comercio justo y respeto a la naturaleza. Basta ya de ese exceso obsceno de charletas
de bar y de debates sobre vinos, deportistas, modas o famosetes de la nada. Abramos
los ojos y demos un paso. Dejemos de hacernos el tonto, el tonto suicida.
El fenómeno es global y su solución global; así pues, si no formas parte de la solución,
formas parte del problema.

En los libros de historia del futuro, la guerra de Irak se verá sólo como una batalla más
de la gran guerra de siglos, la de la civilización racionalista contra el ser y contra el medio.
Esta es la verdadera guerra, la guerra de raíz, la de la razón desbocada contra el ser global.
La de nuestro hemisferio cerebral izquierdo empeñado en regirlo todo y alienando así al
derecho y a la unidad de cuerpo, mente y alma. Así se verá en los libros de psicología,
como los efectos perversos de la guerra interior de toda una civilización de esquizofrénicos,
los occidentales, luchando contra la proyección externa de sus fantasmas internos.
En los de economía, como una época en que la avaricia neurótica estuvo a punto de
destruir la misma economía. En todos, como la del genocidio más grande jamás ejecutado
porque los contiene todos. En hojas al viento de un planeta desolado y vacío,
como el suicidio de la especie humana.

Esta es la guerra interior y masiva que llevamos librando varios siglos, desde que nos
alejamos de la naturaleza y nos convertimos en urbanos especialistas racionalistas
dualistas. No basta con calmarnos la conciencia con el “no a la guerra” automático,
porque si se queda ahí deviene estúpido en su ignorancia o cruel en su hipocresía;
varía muy poco del sí.
Pero esta batalla no sería estéril si nos desvelara
nuestra responsabilidad material y psicoemocional;
si comenzáramos a actuar en el único sitio donde podemos
y debemos actuar: en mejorar nuestro propio ser y
nuestros propios actos.
Como toda dificultad, también ésta es una oportunidad:
la de avanzar hacia una humanidad más consciente e
integrada en las leyes naturales y en el sentido de ser,
por encima del yo.
(...)

Estamos a las puertas del caos o del renacimiento.
Aún podemos escoger, aunque la naturaleza indica que no nos queda mucho tiempo.
Restauremos la conciencia de unidad y actuemos en consecuencia desde el centro,
desde el ser. Porque el botín que obtenemos de esta guerra centenaria es mísero y
exánime: una vida mediocre entre un montón de cachivaches de los que somos más
esclavos que dueños; alimentos vistosos, pero vacíos y con residuos tóxicos;
un medio ambiente envenenado, lleno de basuras; una casa que es una jaula dorada;
y los sábados, el día del señor, al híper, con gafas oscuras de enigmático misterio,
para disfrazar el miedo, el despiste o vacío. Todo, a cambio de vendernos en trabajos
no vocacionales durante una jornada tres veces más larga que cuando vivíamos en tribu;
de privarnos de tiempo para relaciones amigables, familiares, amorosas y creativas o
para realizarnos, salir de la esquizofrenia y tomar conciencia de las consecuencias de
esos nuestros actos que destruyen la vida. Qué exitazo, el de este imperio de la razón
que nos hemos montado. Quisiera conocer verdaderos conspiradores.

 

Ramón Aguilar Carrasco  @

quelcom > archivo : textos