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KANT  

Si el género humano se halla

en progreso constante hacia mejor (1798) [1]

 

Traducción y resumen de Ramón Valls

 

 

[Partes de este escrito:

 

1  Qué es lo que se trata de saber:

Si los hombres reunidos socialmente sobre la tierra lograrán

en un tiempo futuro mejorar sus costumbres morales.

 

2  ¿Cómo se puede saber?

R/ Sólo por una representación quasi a priori de quien hiciera la predicción

poniendo él[n: o ella] mismo las determinaciones pertinentes en la realidad.

 

3  División del concepto de aquello que se quisiera anticipar del futuro:

         a) Del estilo terrorista de imaginarse la historia humana, es decir,

         que vamos siempre a peor. R/ En este caso nos destruiríamos.

 

         b) Del estilo eudemonista, o sea que vamos siempre a mejor.

         R/ No parece que se pueda eliminar el mal.

 

         c) De la hipótesis del abdeterismo del género humano a la

predeterminación de su historia: no avanzamos ni retrocedemos.

R/ No sería humano.

 

4  No es posible resolver directamente por la experiencia la cuestión

   del progreso ]

 

5  Pero es necesario que la historia profética del género humano

    ancle en alguna clase de experiencia.

 

 

Debe haber alguna experiencia en el género humano que, como hecho,

nos refiera a una constitución [o modo de ser] y facultad del mismo

que sería la causa de su progreso hacia mejor y (puesto que ésta debe

ser obra de un ser dotado de libertad) el autor  también;

pero de una causa dada podemos predecir un hecho como efecto suyo

si concurren las circunstancias que coadyuvan a él.

Que estas últimas tienen que concurrir alguna vez se puede predecir en general,

como ocurre con el cálculo de probabilidades en juegos de azar, pero

no se puede determinar que ello acontecerá durante mi vida y que yo tendré

la experiencia que confirmará la predicción. Hay, por lo tanto, que buscar

un hecho que nos refiera de manera indeterminada, por respecto al tiempo,

a la existencia de una tal causa y también al acto de su causalidad en el

género humano, y que nos permita concluir el progreso hacia mejor como

consecuencia ineludible; conclusión que podríamos extender luego a la historia

del tiempo pasado (que fue siempre progresiva) pero de modo que aquel hecho

tuviera que considerarse no como causa de ese progreso, sino únicamente como

apuntando hacia él como señal histórica (signum rememorativum,

domonstrativum, prognosticum), y así pudiera demostrar la tendencia

del género humano en su totalidad, es decir, no considerado según los individuos

(pues esto nos proporcionaría una enumeración y cálculo interminables),  sino

tal como se encuentra repartido en pueblos y Estados por toda la tierra.

 

6  De un hecho de nuestro tiempo que demuestra

    esta tendencia moral del género humano.

 

[La aprobación general que ha merecido la Revolución francesa].

Este hecho no consiste en humanas acciones u omisiones de importancia

por las cuales lo grande entre los hombres se hace pequeño o lo pequeño grande,

y en cuya virtud, como por arte de encantamiento, desaparecen antiguos y

magníficos edificios políticos y surgen del seno de la tierra otros que ocupan

su lugar. No, nada de esto. Se trata tan sólo de la manera de pensar de los

espectadores que se delata públicamente en este juego de grandes

transformaciones y que se deja oír claramente al tomar ellos partido,

de un modo tan general y tan desinteresado, por uno de los bandos contra el otro,

arrastrando el peligro del grave perjuicio que tal partidismo les pudiera acarrear;

lo cual (en virtud de su generalidad) demuestra un carácter del género humano

en conjunto y, además, (en virtud de su desinterés) un carácter moral,

por lo menos en la índole, cosa que no sólo nos permite tener esperanzas

en el progreso, sino que lo constituye ya, puesto que su fuerza alcanza por ahora.

 

Esta revolución de un pueblo lleno de espíritu, que estamos presenciando en

nuestros días, puede triunfar o fracasar, puede acumular tal cantidad de miseria

y de crueldad que un hombre honrado, si tuviera la posibilidad de llevarla a cabo

una segunda vez con éxito, jamás se decidiría a repetir un experimento tan

costoso, y, sin embargo, esta revolución, digo yo, encuentra en el ánimo de todos

los espectadores (que no están complicados en el juego) una participación de su

deseo, rayana en el entusiasmo, cuya manifestación, que lleva aparejado un riesgo,

no puede reconocer otra causa que una disposición moral del género humano.

 

Esta causa, que afluye moralmente, ofrece un doble aspecto,

primero, el del derecho, que ningún pueblo debe ser impedido

para que se dé a sí mismo la constitución que bien le parezca;

segundo, el del fin (que es, al mismo tiempo, deber), ya que

sólo aquella constitución de un pueblo será en si misma justa

y moralmente buena que, por su índole, tienda a evitar, según principios,

la guerra agresiva – constitución  que no puede ser otra, por lo menos en idea,

que la republicana – , y a entrar en aquella condición que acabará con las guerras

(fuente de todos los males y de toda corrupción de las costumbres) y,

de este modo, se podrá asegurar negativamente al género humano,

a pesar de su fragilidad, el progreso hacia mejor, de suerte que, por lo menos,

no sea perturbado en él.

 

Esto y la participación afectiva en el bien, el entusiasmo,

aunque como todo afecto en cuanto tal, merece reproche y, por lo tanto,

no puede ser aprobado por completo, ofrece, sin embargo, por mediación

de esta historia, ocasión para la siguiente observación, importante para la

antropología: que el verdadero entusiasmo hace siempre referencia a lo ideal,

a lo moral puro, esto es, al concepto del derecho, y no puede ser henchido por

el egoísmo. Los enemigos de los revolucionarios no podían con recompensas

de dinero alcanzar el celo tenso y la grandeza de ánimo que el mero concepto

del derecho insuflaba en aquellos, y el mismo concepto de honor de la vieja

aristocracia militar (un análogo del entusiasmo) cedía ante las armas de aquellos

que se habían entusiasmado por el derecho del pueblo al que pertenecían.

¡Y con qué exaltación simpatizó entonces el público espectador desde fuera,

sin la menor intención de tomar parte!

 

[sigue:

 

 

7  Historia profética de la humanidad.

 

8  De la dificultad que surge, en razón de su publicidad,

    en las máximas que apuntan al progreso mundial.

 

9 ¿Qué rendimiento le va a aportar al género humano el progreso hacia

   mejor?

 

10 ¿En qué orden, únicamente se puede esperar el progreso hacia mejor?

 

No tanto en y por la educación, sino por el escarmiento

que producen en nosotros los males de la guerra.]

 

 

Conclusión

 

Un médico no hacía sino consolar a su enfermo todos los días con el anuncio

de la próxima curación, hoy diciéndole que el pulso iba mejor, mañana que lo

que había mejorado era la excreción, pasado que el sudor era más fresco, etc.,

etc. El enfermo recibe la visita de una amigo:

- ¿Cómo va esa enfermedad?, le pregunta nada más entrar.

- ¿Cómo ha de ir! ¡Me estoy muriendo de mejoría!

A nadie le voy a tomar a mal que, en vista del mal cariz que ofrece la cosa pública,

empiece a desesperar de la salud del género humano y de su presunto progreso o

mejoría, pero yo confío en el remedio heroico presentado por Hume y que promete

una rápida curación: “Cuando veo ahora (nos dice), las naciones en guerra,

se me figura ver dos borrachos que se pegan de golpes en una cacharrería.

Que, además de tener que atender a la curación de sus chichones durante largo

tiempo, habrán de pagar todos los estropicios que hicieron en la tienda.

Sero capiunt Phryges [ = Tarde aprenden los troyanos].

Los dolores que seguirán a la presente guerra pueden forzar al profeta político

la confesión de la próxima orientación del género humano hacia mejor, que ya

se halla en perspectiva.

 

 

 



[1] El escrito en cuestión fue remitido a Biester el 23 de octubre de 1797 con el objeto de

que fuera publicado en el Berliner Blätter, pero una vez más la censura berlinesa le denegó

el imprimatur y Kant hubo de buscarlo en Halle. Por din, sería editado al año siguiente,

consituyendo la segunda parte de El conflicto de las facultades. Según se desprende de

una carta dirigida a Tieftrunk, kant habría tenido el texto prácticamente ultimado desde

dos años atrás (cfr. Ak., XII, 208). Nosotros hemos consignado intencionadamente la

fecha de 1797 como la de su primera publicación, al tener constancia de que ya entonces

estuvo preparado para su publicación como escrito independiente – y no como una sección

de la obra publicada en 1798. Quien quiera recabar información adicional sobre las

vicisitudes de dicha obra, puede consultar con provecho la nota introductoria de K.

Vorländer a la edición de la Academiaa (cfr. Ak., VII, 337 ss.). [Nota del traductor según

traducción y edición realizada de dicho texto por Editorial Tecnos. Ver “Replanteamiento de

la cuestión sobre si el género humano se halla en continuo progreso hacia lo mejor“ p. 79

en Immanuel Kant; Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros

escritos de Filosofía de la Historia, col. Clásicos del Pensamiento, ed. Tecnos, Madrid

1987]

 

 

 

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