3ª parte Muerte y Reencarnación
cap. 2 El Tulku
“… un tulku. No es un fantasma, ni un avatar de un dios o un ser trascendental que toma forma humana.
(…) …, sino más bien … una idea divina (que) se ha hecho realidad en un ser humano hasta tal punto que
éste se ha convertido en su personificación. Y habiendo así superado las limitaciones de una existencia
meramente individual al comprender su proyección universal o, como diríamos, su eterno origen,
un tulku va más allá de las fronteras de la muerte al establecer una continuidad consciente
entre sus vidas consecutivas. Esta continuidad le permite no sólo utilizar los frutos de su conocimiento
y experiencia anteriores, sino proceder consecuentemente en el camino elegido para la prosecución de la
Iluminación y en el servicio a sus semejantes. (…)
Sólo cuando comprendamos que está en nuestras manos tender un puente sobre el abismo de la muerte
y dirigir el curso de nuestra vida futura de tal modo que podamos proseguir o realizar con ello lo que
consideramos nuestra más alta tarea, sólo entonces podremos dar profundidad y perspectiva a
nuestra existencia presente y a nuestras aspiraciones espirituales.” p. 154-55
“… la vida y la muerte no son cosas contradictorias, sino sólo dos lados de la misma realidad. (…)
La necromancia de las religiones prehistóricas y su supervivencia en ciertas tradiciones y rituales del
budismo tibetano – en el cual los símbolos de la muerte, como las calaveras, los esqueletos, los cadáveres
y todos los aspectos de descomposición y disolución, están impresos en la mente humana – no implican la
creación de aversión por la vida, sino el control sobre las fuerzas oscuras que representan el lado contrario
de la vida. Tenemos que familiarizarnos con ellos, porque sólo tienen poder sobre nosotros mientras los
tenemos. Propiciar las fuerzas oscuras no significa apaciguarlas o sobornarlas, sino concederles un lugar
dentro de nuestra mente, encajarlas en el universo de nuestra experiencia, aceptarlas como una parte
necesaria de la realidad, la cual nos enseña a no estar sujetos a ninguna forma particular de apariencia,
liberándonos así de ataduras corporales.” p. 157
cap. 3 Reencarnación
“El científico que sólo cree en la herencia física jamás se pregunta a sí mismo lo que realmente significa
el hecho de la herencia. Es el principio de conservación y la continuidad de características adquiridas lo
que da como resultado final la facultad de la memoria y la orientación conscientes bajo la dirección de un
conocimiento organizado, es decir, a través de la experiencia coordinada. En otras palabras, la herencia es
simplemente otro nombre para definir la memoria, el principio estabilizador y la fuerza opuesta a la disolu-
ción y a la no permanencia.
El que llamemos memoria a una propiedad espiritual o material, o a un principio biológico, es ajeno al tema,
porque los términos ‘material’, ‘biológico’ y ‘espiritual’ significan solamente distintos niveles en los que la
misma fuerza opera o se manifiesta. Lo importante es que una fuerza en ambos sentidos: preservación y
creación; el eslabón de conexión entre el pasado y el futuro, que finalmente se manifiesta en la experiencia
del presente intemporal y de la existencia consciente. La simultaneidad de creación y preservación se alcan-
za mediante el proceso de transformación continua, en el cual los elementos esenciales o principios de
forma permanecen presentes como un núcleo ideal del cual cristalizan nuevas formas de acuerdo con las
leyes inherentes y bajo la influencia de estímulos externos.
Si, como es obvio, no es posible ninguna explicación física o puramente materialista y científica, y hemos
de admitir que una fuerza desconocida es el agente que conforma y determina la concepción, formación y
desarrollo de un nuevo cuerpo físico y su conciencia, según el impulso de dirección inherente a esa fuerza,
entonces nada podría constituir una explicación más natural que adscribir este impulso a una conciencia
individualizada ya existente. Ésta toma, en el momento de su separación de la base corporal – como en la
muerte – o del dominio de sus funciones físicas – como en estados de trance, de profunda absorción o de
plena concentración – el germen de vida todavía indiferenciado, flexible y receptivo como base material de
un nuevo organismo individual.
(…) Lo que determina la naturaleza del organismo no es la materia de la que se nutre ni la que se encuentra
a su alrededor y de la que se abastece para construir la estructura, sino lo que transforma la materia
prima es la fuerza formativa de la conciencia – en su más amplio sentido – . (…)
Si la herencia procediese de manera puramente biológica mediante permutaciones cromosómicas y procesos
similares, no tendría sentido el desarrollo de una conciencia individual, capaz de pensamiento reflexivo,
elevada razón y conocimiento de su propia existencia. (…) … todo el gigantesco proceso de desarrollo bio-
lógico, a través de millones de años, parece no haber tenido otro propósito que la creación de condiciones
necesarias para la manifestación de estados de conciencia más elevados. (…)
La conciencia es un fluido de vida que no puede estar contenido en el recipiente de un estricto ego,
porque la naturaleza está hecha de movimiento debe fluir, y el fluir significa continuidad, así como
relación entre dos niveles o dos polos. Sin esta polaridad no puede existir movimiento ni vida ni
conocimiento – y sin continuidad no hay una relación significativa –. Cuanto mayor es la distancia o la
diferencia entre estos dos niveles o polos, más poderoso es el fluido o la fuerza que de ello resulta.
La conciencia más elevada es el resultado de la más amplia gama de experiencias: la amplitud
entre los polos de universalidad e individualidad. (…) Así, cuando la individualidad pierde su relación
consciente con la universalidad e intenta alcanzar un fin por sí misma aferrándose a su existencia momen-
tánea, se crea la ilusión de un ego separado inmutable, el fluido se detiene y se produce el estancamiento.
La solución no es la supresión de la individualidad, sino la comprensión de que la individualidad no es lo
mismo que el estado de ego – en el sentido antes mencionado – y que el cambio, condición natural y
necesaria de la vida, no es arbitrario o sin sentido sino que se lleva a cabo de acuerdo con la ley universal
inherente, que asegura la continuidad y estabilidad interior del movimiento. La individualidad no es
solamente el opuesto necesario y complementario de la universalidad, sino el punto focal sólo a
través del cual la universalidad puede experimentarse. La supresión de la individualidad, la negación
filosófica o religiosa de su valor e importancia, sólo puede conducir a un estado de completa indiferencia y
disolución, que puede significar una liberación del sufrimiento, pero puramente negativa, ya que nos priva
de las más elevada experiencia hacia la que parece tender el proceso a la individualidad: la experiencia de la
perfecta Iluminación o Budeidad en la que se despierta a la universalidad del ser verdadero.
“Mezclarse en el todo” simplemente, como lo hace la “gota en el mar”, sin haber comprendido ese todo,
es sólo una forma poética de aceptar la aniquilación y evadir el problema que plantea el hecho de nuestra
individualidad. ¿Por qué debería el universo desarrollar formas individualizadas de vida y conciencia si no
fueran consistentes o inherentes al propio espíritu o naturaleza del universo? …, más importante que
nuestro razonamiento intelectual son los hechos observables, los cuales – mucho antes de que se diera
cualquier explicación, bien mediante la religión, filosofía o psicología – condujeron a la convicción no sólo
de una supervivencia de la conciencia individual después de la muerte en algún reino más allá del nuestro,
superior o inferior, sino una reencarnación en este mundo humano nuestro. p. 162-66
4ª parte
cap. 5 Obras de Misterio
“Estas máscaras …, personificaban las terribles facciones que aquellos poderes asumían tanto en el mundo
exterior como en el corazón humano: los poderes de la muerte y de la destrucción, del terror a lo desco-
nocido; los poderes de la furia demoníaca y de la ilusión del infierno, de los terribles espectros y de los
despreciativos demonios de la duda, que nos asalta en nuestro andar desde el nacimiento hasta la muerte
y desde la muerte hasta el renacimiento y así, hasta que hayamos aprendido a mirar la vida y la muerte
con el valor que sólo puede encontrarse en la compasión por nuestros semejantes y en una visión interna
de la verdadera naturaleza de estos fenómenos. A menos que seamos capaces de reconocer todas
estas terroríficas apariciones como emanaciones de nuestra propia mente y como transformacio-
nes de la fuerza que finalmente nos conducirá a la Iluminación, vagaremos indefinidamente por
los ciclos del nacimiento y la muerte, según lo indica el “Bardo Thödol”, es decir, el “Libro tibetano de
los muertos”. p. 226
“… el “Libro tibetano de los muertos” o “Bardo Thödol”, la obra más destacada de Padmasambhava, …
deja claro que todos los dioses y demonios, las fuerzas de luz y de las tinieblas, están dentro de nosotros
y que todos aquellos que quieran vencer al Señor de la Muerte tendrán que encontrarle y reconocerle en el
transcurso de la vida. Entonces la muerte aparecerá como reveladora del último misterio de la vida y bajo
el disfraz del terrible Rey de la Muerte con cabeza de toro acompañado por todos los espantosos espectros
que una conciencia humana aterrorizada pueda evocar, mata al demonio del egoísmo y del egocentrismo y
así ejecuta el único sacrificio que el Buda reconoce: el sacrificio del propio ego. El Señor de la Muerte
– Yamaraja – no es otro que el Bodhisattva de la Compasión, Avalokitesvara. Así, los sangrientos sacrificios
del pasado son sustituidos por el de nuestro pequeño yo que nos ha mantenido en cautiverio durante
milenios y nos mantendrá dentro de los incesantes ciclos del nacimiento y la muerte hasta que nosotros
le superemos y nos liberemos de sus garras. Padmasambhava, uno de los más sabios maestros de todos
los tiempos, dio así un nuevo significado al ritual mágico transmitido por los sacerdotes bon desde tiempos
inmemoriales, cuando los sacrificios de sangre parecían ser el único medio de aplacar a los dioses y a los
poderes oscuros del universo que aterrorizaban la existencia del hombre.” p. 230
cap. 6 El Oráculo del Estado de Nächung
“El misterio de la muerte constituyó el mayor desafío a la mente humana y constituyó el nacimiento de la
religión. Fue mediante la muerte que el hombre se hizo consciente de la vida. Un gran biólogo – Lecomte
de Nöuy – dijo una vez que la muerte era la mayor invención de la naturaleza. En otras palabras, que aun
desde un punto de vista biológico, la muerte no es una negación de la vida, sino uno de los medios que
añaden una nueva dimensión a la vida, elevándola así a un orden superior. La ininterrumpida continuidad
de la materia es una propiedad característica de los organismos más elementales y de las formas más
primitivas y sencillas de vida.
Esto se debe a que dicha continuidad somete el organismo a las leyes rígidas de la materia y a los patrones
preestablecidos, cuya inherente periodicidad evita cualquier desviación de la norma y se convierte, por tanto,
en el mayor obstáculo existente en el camino hacia el desarrollo y la evolución. La muerte, por otro lado,
es el rasgo característico de las formas de existencia más elevadas, en las que sobreviven propie-
dades y experiencias adquiridas mediante una nueva forma de propagación.
Nos referimos al tipo de propagación que ya no se basa en la división sino en la integración,
no ya en la simplemente material, sino en una continuidad psíquica, capaz de constituir un nuevo
organismo de acuerdo con sus propios impulsos individuales, libre de las rígidas acumulaciones de
elementos materiales gastados u obsoletos.
Similar a la transición que va desde una supervivencia y continuidad puramente física a una predominante-
mente psíquica, es el paso siguiente, que hasta el momento sólo lo han alcanzado individuos con un
desarrollo superior: es el paso de la supervivencia inconsciente a la consciente – y finalmente a la conscien-
temente dirigida – mediante el arte de la proyección espiritual – powa –. Sin embargo, antes de que el
hombre pudiera visualizar la posibilidad de este paso, ya se había dado cuenta de la importancia de la
muerte como llave de los misterios de una vida superior. De esta comprensión surgió el culto a la muerte,
primera forma de religión. (…)
Así, el origen de la religión no fue el temor a la muerte, sino su reconocimiento como el gran fenómeno
transformador e iniciador de la verdadera naturaleza del ser más recóndito del hombre. Tal temor
sólo pudo originarse en el tiempo en que la conciencia humana se hubo fortalecido en un individualismo
extremo, basado en la ilusión de ser una entidad permanente, un alma con existencia propia o un ego que
diferencia a un ser del otro y a los seres vivos de las cosas inanimadas, trazando así una línea entre la vida
y la muerte, una línea que finalmente se convierte en un límite, en un muro impenetrable, hacia el cual la
vida se precipita de cabeza – sólo para ser aniquilada en el choque –.
La muerte no era lo puesto a la vida. Éste era un tiempo en que los seres humanos no habían perdido la
conexión con su origen y su entorno y era un mundo en el que el hombre estaba todavía en contacto con
las fuerzas sutiles de la naturaleza, con los espíritus de los desaparecidos, con los demonios de dioses y
con los demonios mismos. Se trataba de un mundo en el que no había nada que pudiera ser concebido
como un ente inanimado; la muerte no era lo contrario a la vida, sino una fase en el movimiento pendular
de la vida, un paso decisivo como lo era el nacimiento. El péndulo oscila desde el nacimiento hasta la
muerte y de nuevo desde la muerte hasta el nacimiento. Tal movimiento pendular, sin embargo,
no está reducido a un solo plano. Más bien puede oscilar en un número infinito de planos y moverse
en todas las dimensiones de la conciencia de acuerdo con su movimiento inherente o con el
impulso consciente que pueda recibir en esa pequeña fracción infinitesimal de intemporalidad en
su paso decisivo de la muerte al renacimiento, o entre un reino de existencia y otro. Es en este
momento intemporal cuando aquellos que hayan aprendido a mirar hacia dentro, que hayan ejercitado la
introspección y que hayan desarrollado su visión interior mediante ladhana y dhyana, podrán percibir los
reinos de existencia a su alcance y adecuados para ellos. Entonces tienen la oportunidad de dirigir su
mente de una forma consciente hacia el plano que ofrezca las mayores posibilidades para la realización
de sus aspiraciones más elevadas, como se explica en el “Bardo Thödol”. p. 232-34